martes, 3 de enero de 2012

La verdad ha muerto

Os dejo un artículo de opinión que a  uno le hubiese gustado haber escrito, pero como decía  cierto torero : 'Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible', dicho lo cual editaré el de mi amigo Antonio.

LA VERDAD HA MUERTO 
La belleza es verdad, y la verdad belleza. 
Eso es todo los que sabéis en la tierra, 
y no necesitáis saber más. 
(JOHN KEATS)

Justificar la represión económica, el eterno retorno de lo reprimido, los ajustes injustos, apuntalando la mentiras que se han venido contando impunemente con verdades a medias, en nombre de la verdad, es injustificable y necesita, en medio de esta massa confusa en la que vivimos, una petición de principio. ¿De qué verdad se está hablando? ¿De la verdad del barquero? ¿De la verdad de los niños y de los borrachos? ¿De la verdad inverosímil en boca de los que deciden qué es verdad y qué es mentira y, al mismo tiempo, cuándo y cómo propalarlas? ¿Cómo podremos creer a los que no han hecho a lo largo de los siglos otra cosa que fantasear con la verdad? ¿Aceptaremos de buen grado lo que nos dicen los que han nacido para mentir? ¿Nos llamarán con certeza hombres de poca fe aquéllos que nos la han quitado? La etimología nos recuerda que la verdad (aletheia para los griegos) es desocultación, desvelamiento; pero quitar unos velos para poner otros no deja de ser un juego de artificio, algo ilusorio, una manera sofisticada de continuar con la engañifa, con la farsa perpetua y la impostura que se ha adueñado de la vida social, política e institucional: velo de Maya, malabarismo verbal, engaño velado o manifiesto, añagaza en estado puro, simulacro inspirado en la estrategia del vencedor, del que se siente superior por la fuerza numérica de las urnas, no por la veracidad demostrable de sus argumentos. Es como si dijeran: los perdedores mentían, nosotros no. O recordando a Sartre: El infierno son los otros. Así que, en verdad, en verdad os decimos que, eligiéndonos a nosotros, el pueblo ha elegido bien. Somos los elegidos. Somos los mesías enviados por Wall Street y la señora Merkel para salvar a Europa y rescatarla de las garras envenenadas de la crisis... Y para celebrarlo bailan, o quisieran bailar, sobre nuestra tumba. Bailan una danza carnavalesca y macabra. Bailan como derviches para marear la perdiz. Bailan como odaliscas ante las masas petrificadas y obnubiladas por las promesas electorales que nunca se cumplirán. Pero algunos (yo, por ejemplo) no queremos que bailen ante nosotros la danza espúrea de los siete velos: queremos que se los quiten, que nos muestren desnuda la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. La verdad no puede ser mendaz porque es una contradicción en sí misma. La patraña no puede (no debe) ser convertida en verdad por arte de birlibirloque o recurriendo ladinamente al arte de Cúchares: dar muletazos con el engaño para capear la crisis, torear al personal y, en el fondo, tratarnos como animales, insultar a la inteligencia, llamarnos tontos y, encima, querer que aplaudamos, o que callemos, que es una forma sorda de aplaudir: el silencio como claudicación, como máscara de la cobardía o de la impotencia, síntoma de la represión inquisitorial más o menos disimulada. Los nuevos adalides de la verdad no le dicen la verdad ni al médico, fingen mediante la perversión del lenguaje y de la economía política, saben (y lo hacen sin escrúpulos) que la manipulación del idioma, como ha señalado Víctor Klemperer, en La lengua del Tercer Reich, es una clave fundamental para controlar a las masas y mantener el poder. Por arte de magia palabreril, la mentira se pretende verdad y que ésta sea la cara amable de la mentira, no la verdad sin velo que intentan vendernos como una regeneración moral de la vida pública, sino una perpetuación de la apariencia, una institucionalización del parecer sobre el ser, una obra teatral en el mentidero global en el que vivimos y una prolongación sine die de la crisis permanente que nos llevará al matadero psicosomático del cuerpo social. La catarsis no tiene en este caso una misión purificadora como antaño, sino de aniquilamiento y narcotización mental de las masas. Será la paradoja más sórdida: el opio de la verdad, el estupefaciente de la mentira repetida hasta parecer digna de crédito, un crédito que se les ha acabado hace ya muchísimo tiempo: la gente vota por inercia, no por convicción. Decir lo que todo el mundo sabe es como no decir nada, redundar en lo mismo, caer en la tautología para manipular la economía y, de paso, castrar cualquier iniciativa elucidatoria que busque alternativas al capitalismo, un capitalismo que hasta hace bien poco era la panacea universal y ahora ha entrado vertiginosamente en el marasmo, en el caos, en la ceremonia de la confusión. Capitalismo: obscena, impúdica exaltación del número, sublimación grosera de la contabilidad, sacralización demoníaca del cálculo que ya denunció (sin que nadie le hiciera caso) René Guénon con lúcida clarividencia: el reino de la cantidad. El capitalismo ha tocado techo, ha tocado fondo y nos está tocando a todos, entre otras cosas, el alma y los bolsillos. Se impone con la impostura de los impuestos que los impostores eluden con triquiñuelas de guante blanco. Se impone y nos impone: da miedo, causa pánico y es el causante anónimo de lo que se ha venido llamando infarto social. Es la catatonia colectiva, es un cáncer del espíritu, una enfermedad gravísima que ha llegado a la metástasis. De nada valdrán los paños calientes, las curas de urgencia y las vacunas para salvar de la pandemia a las organizaciones financieras. El enfermo se les ha muerto en el quirófano y pretenden cargar con el muerto a los que no tienen la culpa. Y aquí y ahora es cuando muestra su rostro verdadero: es un desalmado, no tiene alma, no tiene corazón y no tienen fin porque es una bestia insaciable, omnímoda y omnívora, una bestia apocalíptica que se niega a morir ahogada en sus propias heces, un monstruo que acabará devorándose a sí mismo, pero que, mientras tanto, da furiosos coletazos a diestro y siniestro, indiscriminadamente, y va a acabar llevándonos a todos por delante sin ningún miramiento; para él lo humano es demasiado humano, así que el capitalismo, en nombre de un materialismo ciego nada dialéctico, nos deshumaniza, nos convierte en objetos, en cosas cuantificables, en cifras y, finalmente, en ceros a la izquierda de la historia. Sólo nos quieren para votar y para pagar impuestos. Somos las abejas manteniendo a los zánganos, que se llevan la miel y nos dejan a nosotros con ella en los labios. Si Nietzsche vaticinó la muerte de Dios, al capitalismo le debemos la muerte del Hombre denunciada con vehemencia precoz por Rimbaud: L´Homme à fini! Y ahora le toca a la Verdad, a la que quieren embalsamar para que siga pareciendo viva, cuando es una momia en la pirámide del imperio virtual. Podemos hacer dos cosas: dejar que se pudra como el cadáver que es o, en la medida de nuestras posibilidades, haciendo un esfuerzo titánico que quizá resulte vano, tratar de resucitarla, decir la verdad, nuestra verdad. Y no olvidar a Cernuda: Yo sólo he tratado, como todo hombre, de hallar mi verdad, la mía, que no será ni mejor ni peor que la de los otros sino sólo diferente. Creer lo que nos dicen, sabiendo que nos mienten o que solo nos muestran algunos aspectos de lo verdadero para parecer lo que no son y tener las manos libres y la conciencia tranquila, es ser cómplices de un crimen plural y abominable que acabará aniquilando éticamente a la humanidad. Tener fe en ellos es arrojarse sin condiciones a los pies de los caballos y un suicidio colectivo sin precedentes. ¿Hasta cuándo seguiremos aceptando el imperio de las trolas? ¿Hasta cuándo continuaremos soportando la falacia universal y la añagaza cósmica? ¿Hasta cuándo? Algún día tendremos que responder ante la historia, o ante nosotros mismos. No basta con lavarse las manos, con mirar hacia otro lado, con sentarse a contemplar asépticamente el crepúsculo de las ideologías, con encogerse de hombros, con echar la culpa a los demás, o con ponernos a gemir como plañideras en el muro de las lamentaciones del facebook... 
ANTONIO CASARES

6 comentarios:

Juan Nadie dijo...

Estas sí son las verdades del barquero. Grande Antonio Casares.

Sirgatopardo dijo...

Habrá que ficharlo para el blog.....si se deja.

Juan Nadie dijo...

Inténtalo, tú que tienes mano.

Anónimo dijo...

¿Y después de decir la verdad, nuestra verdad?

jose dijo...

Habrá que empezar a dar collejas a todo político o economista que encuentres en la calle. Sin preguntar.

Yo de hecho ya me estoy haciendo unos carteles de 'se busca' que me están quedando 'de cine'.

Sirgatopardo dijo...

Ya nos enseñarás los carteles...