Marc Chagall - Paris |
UCRONÍA
Si me hubiesen dado a elegir entre vivir en la época
actual, vacua y pretenciosa, en la que el cretinismo se enmascara con la dudosa
coartada del progreso, (el cangrejo es el tótem de semejante falacia), o en la remota y subyugante de Altamira, no
habría dudado ni un segundo en decantarme por la Era Cuaternaria, asistiendo perplejo al génesis del mito, viendo
in situ, fascinado, cómo los anónimos
Picassos rupestres pintaban sus obras esplendorosas, cómo sublimaban sus
éxtasis místicos sobre los techos o las paredes de las cuevas, cómo reflejaban
la realidad sin tergiversarla impunemente como se hace ahora, en la apoteosis
de la verosimilitud, alcanzando una cima artística que nunca se ha vuelto a
alcanzar, o escribiendo, deslumbrado ante tanta belleza, presa del estupor y de
la embriaguez estética, los poemas que acaso me habría regalado la inspiración,
o guardando silencio por el mero hecho de existir y de asistir al nacimiento de
la expresión artística en su estado más puro y primigenio, paradigma y blasón de
la belleza absoluta jamás superada por nadie, sí, por nadie, no me miréis así,
como si fuera el más extraño de los seres o el más estúpido de este universo
mefítico construido para torturar a loa amantes de la libertad absoluta y sin
límites. Y me hubiera hecho infinitamente feliz, creo, quiero creer, compartir
con ellos, nuestros antepasados, la música de la naturaleza, análoga a la de
las esferas, de las que es espejo, una música celestial y terrestre, divina y
humana a la vez, incomparablemente más bella (aunque decirlo me cueste la
animadversión universal) que la creada después –fuego fatuo y decadencia- por
los músicos y melómanos que han ido surgiendo a lo largo de la historia. ¿Qué
armonium suena mejor que el armonium del mar, cuando lo toca la mano invisible
de la noche a la luz de una luna solitaria y romántica? ¿Qué arpa es más sutil
que los arpegios de la brisa entre los árboles del bosque de los sueños? ¿Hay
melodías más bellas, decidme, que la del viento entre las hojas de los chopos?
¿Hay cadencia más dulce que la del agua que cae sobre la piedra exangüe de una
fuente olvidada de una plazoleta en un pueblo que solo visita el olvido? ¿Hay
un piano más sugerente que el silencio de las estrellas? ¿Existe alguna canción
más poética que el trino inefable de los pájaros?
Nací, y voy a morir, bien lo sé, fuera del tiempo en
el que hubiese deseado hacerlo, hecho que, si para lo demás nada significa, para
mí es una gran tragedia metafísica, dolorosa e irresoluble, y un fatum aciago -¡maldito destino!- contra
el que es inútil luchar titánicamente como yo he luchado o rebelarse como yo me
he rebelado por medio de las palabras, esas armas inocuas para los espíritus
mezquinos de nuestro tiempo, que se refugian cobardemente tras las faldas de la
indiferencia y la masificación de la tontuna en todas las esferas del arte y de
la vida... Uno no puede elegir su destino porque, entre otras cosas, dejaría de
ser un destino para ser otra cosa, un patético argumento para eludir cualquier
responsabilidad y aceptar la esclavitud que se nos impone desde el momento que
abrimos los ojos en la noche infinita de este insufrible planeta. ¡Y yo
protesto! ¡Y yo me rebelo! Yo, el poeta, el enfermo de poesía, el soñador
incurable, el danzarín que danza al son de su propia música, yo, el
niestzcheano, yo, el ahorcado del tarot o de la balada de Villon, yo, el amante
del amor en toda la extensión de la palabra, yo, heterodoxo y blasfemo contra
las normas establecidas por los impostores que administran y sacralizan a su
antojo la eternidad, yo, hazmerreir telúrico y mortal, yo, que he tenido que
vivir siete décadas disimulando, simulando simulacros, entre máscaras y
metáforas, fingiendo como una esfinge que finge lo que ellos quieren que finja,
lo que ellos desean que sea, representando el papel que ellos me han asignado
en el teatro cruel de la existencia, para poder sobrevivir sin ser apaleado sin
piedad por sus leyes abominables e inquisitoriales, y sus reglas de tres, y sus
dos y dos son cuatro, y sus cárceles, y sus manicomios, y sus declaraciones de
guerra a la bondad y al placer y al bien por el bien mismo, yo, el alter ego,
el sosias, el fatídico doble de Antonin Artaud,
yo, el que ha vivido otras vidas para poder soportar la suya, yo, el
malo de la película, el demonio expulsado de los templos de la estulticia, yo,
el que ama más a su perro que a todos los gobiernos, yo, el perro que ladra en
las catacumbas del miedo, yo, el representante en la tierra del pánico de Pan,
yo, el que caga belleza para maquillar el estercolero del mundo, yo, el que
orina como Rimbaud los heliotropos y las estatuas inexistentes de la libertad,
yo, el libertario, el ácrata, el anarquista que un día lloró desconsoladamente
la muerte de Alfredo Zitarrosa, el amigo póstumo del príncipe Kropotkin, yo, el
gnóstico, el pobre bufón arrojado impunemente a los abismos siderales de la
materia ciega como una emanación de los eones en los que habita eternamente
Sofía, la luz que me espera (o no, nadie lo sabe, nadie ha regresado para
confimarlo) al final de este viaje caótico por los sórdidos laberintos del
cosmos y la miseria inmisericorde de la creación, esa farsa sin fin, ese festín
nauseabundo hasta el hartazgo, esa broma macabra que se arrogan los poderes
fácticos de esa pesadilla infernal y agónica en la que he sido aherrojado como
un reo en la mazmorra de la que solo podrá salir a la hora absurda y
desesperada de la muerte. ¡Qué desolación! ¡Menudo fiasco…!
Antonio Casares
(Santander, 24 de septiembre de 2014)
5 comentarios:
El primer párrafo sólo puede escribirlo un poeta, alguien que nos alcanza el otro lado de las cosas. El segundo, también.
Sin embargo... me gusta/me disgusta vivir mi época. ¡Está la Ciencia!
No es por contradecir a Antonio, con el que estoy de acuerdo en mucho, especialmente en "...los espíritus mezquinos de nuestro tiempo, que se refugian cobardemente tras las faldas de la indiferencia y la masificación de la tontuna en todas las esferas del arte y de la vida...", pero ya asiste al génesis del mito, porque el mito no se creó mientras pintaban las cuevas sino muchísimos siglos después y ha llegado hasta hoy mismo. Tampoco creo que tuvieran éxtasis místicos pintando las cuevas, sino que era una expresión (ni siquiera lo considerarían un arte) más, un entretenimiento, pues había que pasar mucho tiempo refugiados en las cuevas. El carácter mágico se le hemos dado después.
Que todas las épocas tienen sus pros y sus contras y que no ha habido un momento ideal completamente, aunque nos lo parezca porque lo idealizamos. (Con esto quiero animarle:)
También que la música de la naturaleza sigue estando, la luna solitaria romántica, el armonium del mar, el viento entre las hojas, el agua sobre la piedra, el trino de los pájaros... siguen estando, hombre que siguen estando. Que no está todo perdido, es que lo veo tan, tan, tan...
Él sí que es un artista escribiendo. Por cierto, las pinturas de Altamira me atraían desde bien pequeñita.
Creo que el hedor de la mierda no cambia con las épocas.
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