Uno recuerda aquéllos años locos, en los que para protestar contra el sistema, bastaba con dejarse crecer el pelo y la barba, enfundarse unos vaqueros remendados, y listo. Si no reventabas el sistema, al menos cabreabas a tu padre y sus amigos, lo que ya cumplía suficientemente con las expectativas. Lo cierto es que no estaba muy claro si estas actitudes tan revolucionarias estaban encaminadas hacia objetivos tan elevados como la desestabilización del sistema, o hacia metas más pedestres y prosaicas, tales como impactar con ánimo poco idealista, en el colectivo reivindicativo femenino en cortísimas y escandalosas minifaldas. Sea como fuere, existían diversas y accesibles válvulas de escape a la pretendida opresión. Si esto fallaba, o la disciplina hogareña era superior a las imberbes pretensiones de libertad, uno podía encontrar fácilmente un empleo fijo con su correspondiente e inmediata posibilidad de emancipación.
Viene esto al caso de póngase Vd. en la piel de uno cualquiera de nuestros jóvenes -familiares de políticos aparte-, que tras pasarse media juventud chapándose dos carreras con sus correspondientes Masters, tenga el horizonte laboral más negro que el culo de un chipirón.
Calcule Vd. los rebotes que pillará el susodicho al enterarse por la prensa un día sí y otro también, de los escándalos por trinques de sindicatos, partidos políticos, ayuntamientos, gobiernos regionales, político/banqueros jubilados y familiares reales, simultáneos a una lista interminable de atracos en forma de recorte a la salud pública, la educación y las nóminas y pensiones de sus padres y abuelos, quienes por cierto lo mantienen económicamente.
Si además de no pertenecer a los grupos anti sistema en constante enfrentamiento con las fuerzas del orden, y habiendo pasado la época de las multicolores crestas punk, odia las "rastas", se verá obligado, ante la imposibilidad de cualquier protesta civilizada, de sacar la cabeza por la ventana y gritar como un poseído : TÓS SUS MUEEEEEERTOS.