lunes, 5 de septiembre de 2011

Ajoblanco, añoranza de tiempos de ilusión e inocencia

Cuando el dictador comenzó a morir, España empezó a vislumbrar un cierto futuro de esperanza. Esta afirmación, que bien pudiera ser un cuento de Augusto Monterroso, resume la situación que vivía este país en el año 1974, cuando Franco, a sus 81 años de edad, cayó gravemente enfermo. Tan incrustada estaba la garrapata militar en el débil cuerpo español, que hubo que esperar a que se muriera un año después él solo en la cama para que todos descansáramos en paz.
Pero no sólo fue el anuncio de la flebitis de Franco, esa afección caballo de Troya de la democracia, la única noticia feliz de aquel convulso año que comenzó con un vil (garrote) ajusticiamiento en Barcelona. El 21 de septiembre, el boxeador español Perico Fernández se proclamó campeón del mundo (versión WBC) en la categoría de los superligeros y el 26 de octubre un grupo de esforzados españoles logró ascender en moto hasta la cumbre del Kilimanjaro. Frente a estas gratas noticias deportivas reforzadoras del orgullo patrio, tan necesitado en esos momentos de hazañas nacionales para contrarrestar ataques a la sacrosanta unidad nacional, como el del obispo de Bilbao, Antonio Añoveros, con su pastoral en defensa por la libertad del pueblo vasco a mantener su identidad, otra efeméride menos chovinista, vino a orear ese cuarto cerrado que era la España de Franco: el nacimiento de la revista Ajoblanco.
Cuando Francisco Scaramanga intentaba meterle una bala de oro en el cuerpo al inexpresivo Roger Moore / Bond; cuando Nixon dimitía gracias al trabajo realizado por Redford y Hoffman, encarnados en la vida real por Carl Bernstein y Bob Woodward; cuando aún los vermes no habían hecho mella en el cuerpo presente de Juan Domingo Perón y en Portugal todavía se respiraba un fresco y maravilloso olor a claveles, en España, como siguiendo el ejemplo de esa niña anárquica con trenzas pelirrojas y millones de pecas en la cara que TVE importó ese mismo año de Suecia, Pipi Calzaslargas, nació una revista distinta, inconformista, extravagante, con otros aires, que revolucionó el rancio y gris panorama nacional.
La revista Ajoblanco nació en 1974 «con inquietud y por necesidad» para estimular «las nuevas inquietudes que fecundaron estas tierras tras el mayo francés, la contracultura norteamericana, el underground progresivo y el renacido movimiento libertario…». Con más ilusión que medios, se unieron para cocinar esta refrescante y saludable sopa cultural poetas como José Solé Fortuny, Ana Castellar, Tomás Nart, Pepe Ribas, Antonio Otero, María Dols o Alfredo Astort; animadores culturales que hacían teatro y arte en la calle como Toni Puig y Cesc Serrat; fotógrafos como Pep Rigol, Joan Fontcuberta, Xavier Gassió o Manel Esclusa; militantes catalanistas que escribían o hacían cine independiente como Quim Monzó y Albert Abril; contraculturales como Luis Racionero y María José Ragué, y gente del underground como Claudi Montaña, Moncho Alpuente, EL Zurdo y Fernando Mir. Un grupo de «gente dispar y libre que quería hacer una revista diferente para conectar con las nuevas corrientes antiautoritarias que bullían por aquel país. Un país que salía de la “negra noche del franquismo” furioso e ilusionado».
La revista, que abrió sus páginas a los lectores para convertirlos en activistas y colaboradores, nació en Barcelona al grito, susurrado por el fantasma de William Blake, de «¡Despertad jóvenes de la nueva era!», expuesto en un jugosísimo editorial donde se apostaba por una nueva cultura. Ajoblanco llegó a ser revista de referencia; seña de identidad de aquel movimiento civil a favor de las libertades y por una cultura democrática sin jerarcas que existió en los setenta extendiéndose por todas las capas sociales. En 1980 se acabó esta primera aventura de la revista que «impulsó el nacimiento de numerosos colectivos y que supo conectar con las inquietudes que nacían en la base social en busca de libertad y justicia». Aquel primer Ajoblanco consiguió «articular un cambio de mentalidad, una revolución en las costumbres de vida cotidiana y un movimiento libertario que se fue fragmentando en mil facetas».
Proyecto quijotesco donde los haya, Ajoblanco tuvo, como el caballero de la triste figura, una segunda salida en 1987 en busca de acción con la que plasmar en el inconsciente colectivo la gran epopeya cultural.
En 1986, Pepe Ribas, recién llegado de Londres; Jordi Esteva, arabista y fotógrafo recién llegado de Egipto; Mercedes Vilanova, historiadora e impulsora de la Historia Oral en España; Fernando Mir y Toni Puig, fundadores del primer Ajoblanco, junto a Jesús Ferrero, novelista, y Peret, diseñador gráfico, impulsaron de nuevo la publicación empujados por el optimismo que conquistó la ciudad de Barcelona tras la nominación olímpica. Y volvía nada menos que para «perfeccionar la democracia». Frente a la “cultura del pelotazo” que emporcaba la sociedad española, llegó Ajoblanco dispuesta a luchar contra la situación de desencanto provocada por un desmesurado culto al dinero y por una imposición cada vez mayor de lo superficial en el mundo de la cultura. La revista se convirtió en portavoz de las nuevas tendencias sociales y culturales y denunció la falta de sensibilidad ante la situación de hambruna en el tercer mundo que aniquilaba el futuro de más de la mitad de la población mundial. En 1999, ante la dificultad de sobrevivir en un sistema donde los medios de comunicación estaban bajo el control de las multinacionales de la publicidad, sometiendo la cultura a la economía, la revista, con un modelo basado en la independencia y la beligerancia con ese sistema, hubo de retirarse de nuevo del mercado esperando tiempos mejores.
Aunque esos tiempos mejores no han llegado, o tal vez por eso; porque parece que Lampedusa se ha instalado definitivamente en nuestras vidas y todo ha cambiado para que todo siga igual, Ajoblanco, fiel a su naturaleza, repite.
Corre el primer lustro del siglo XXI, la estupidez campa por sus respetos por ese campo abonado (nunca mejor dicho) que es la televisión, oráculo moderno al que está entregada, con abyecta sumisión, la inmensa mayoría de una ciudadanía que ha tiempo renunció a sus derechos de persona para convertirse en una marioneta al servicio del gran Leviatán moderno: el consumo. Los clásicos literarios de visionarios como Orwell o Bradbury, que nos prevenían con sus inquietantes parábolas de un ominoso futuro lleno de estados totalitarios, omnipresentes y censores, han sido expoliados y prostituidos de tal manera que ahora, ay, es imposible disociar la escalofriante figura del Gran Hermano orweliano o uno de los títulos más importantes del autor de Fahrenheit 451º, Ray Bradbury: Crónicas marcianas, de ese perverso enemigo que nos vigila a todos y destruye la memoria de los libros con su necedad bajo el cínico nombre de medio de comunicación. El “Imperio” contraataca y ataca y vuelve a atacar convirtiendo el mundo en un videojuego atroz. Las armas cotizan al alza mientras los cerebros lo hacen a la baja; la igualdad de las mujeres llena las demagógicas bocas de los políticos mientras la realidad, contumaz, nos arroja a la cara los cadáveres de amantes esposas atravesadas por las infamantes flechas del amor que ya no pueden oír cómo, desde un imbécil anuncio televisivo, les recomiendan qué detergente deben usar. Por esto y por mucho más renace, como un fénix de papel, Ajoblanco.
Para esta tercera salida, la revista acorta el nombre y sale a los kioscos como elAjo, llevando un subtítulo clavado en el frontispicio a modo de consigna guerrera: “Contra el sabor a mentira”.
Con una magnífica portada que bien podría ilustrar el mundo feliz de Huxley, comienza la nueva aventura de este ajo dispuesto a inundarlo todo con su incómodo olor. Incómodo porque la verdad fastidia y, elAjo, que viene dispuesto a “hacer amigos”, nos lo deja claro desde la primera página escrita donde nos dice, como para ir abriendo boca: «Hipócrita lector, mi prójimo, mi cliente… eres propaganda». Y es que ese es el eje temático de este primer elAjo que viene acompañado, para disfrute de nostálgicos, de un facsímil con los seis primeros números de Ajoblanco: «Somos propaganda». La pretensión de la revista es analizar y denunciar con humor y mirada profunda la manipulación informativa, la creación de los nuevos villanos o enemigos públicos, las empresas que pregonan una falsa ayuda humanitaria, las esperanzas de los ciudadanos republicanos, la magia negra del poder y las enfermedades de los gobernantes, el imaginario macarra de los reality shows, la ridiculez de ciertas terapias alternativas y las esperanzas y peligros de la biotecnología. Esta pretensión queda clara en su contundente editorial:
«El ajo pica. elAjo repite. elAjo no viene a llenar ningún hueco ni tiene un estilo propio… elAjo es anónimo, abierto, extraño. Somos rigurosamente intolerantes, porque la tolerancia, pensamos, es una forma de acomodarse a lo que interesa. No busquéis en elAjo una homogeneidad visible, unas ideas determinadas o un estilo propio. Tenemos el estilo de todos y cada uno de los dibujantes y redactores que forman elAjo. No nos pidáis que seamos uniformes, ni tampoco coherencia, porque la realidad no es coherente. Alguien una vez nos dijo: “No me preguntéis quién soy ni me pidáis que permanezca invariable, es una moral del estado civil la que nos exige la documentación. Que nos deje en paz a la hora de escribir”. No tenemos otra identidad que la que decidimos tener cada día.» (…) «elAjo es una revista ácida que opta por los encuentros, los intercambios, las redes, las culturas, la no dominación, la no soledad, la pasión, la innovación y los movimientos. Queremos innovar nuestra efímera realidad karaoke. Nos apetece estar en los desafíos actuales, escuchando y aportando.» (…) «El nihilismo nos horroriza. Queremos aglutinar movimiento civil: fue y es Ajoblanco».
La postura inconformista por la que apuesta elAjo hace de la revista una especie de manifiesto situacionista, para el que han rescatado, como no, un texto de Guy Debord. En cuanto a su radical crítica a los medios de comunicación, sin duda la revista se alinea con los “apocalípticos” de Umberto Eco. También se permite esta revista con vocación de alborotadora desdecir al mismísimo Nietzsche cuando afirma, en un artículo dedicado a la televisión: «Dios no ha muerto. Está sentado frente al televisor».
En el proceso de invención de este número experimental y colectivo han participado Pepe Ribas y Toni Puig, fundadores de Ajoblanco; Javier Esteban, director de Generación XXI; Miguel Brieva, dibujante sevillano; Antonio Baños y Eduard Gonzalo, escritores; Juan Antonio Álvarez y Mercè Moragas, diseñadores; y David Solá, Aurora Arenas y Alejandro de la Rica como informáticos humanistas.
En el aspecto formal es elAjo una publicación satírica heterogénea en la que se mezclan textos y humor gráfico de manera caótica. Aunque ya queda avisado en la particular declaración de intenciones que no será una revista coherente, porque la realidad no lo es, no por ello es menos notable la anarquía que impregna el diseño del número que, lejos de aportar nada nuevo, sólo entorpece la grata lectura de textos y la visión de las magníficas ilustraciones y viñetas humorísticas. Tal vez sea el mayor pecado en cuanto a la forma que pueda imputársele a elAjo éste de ofrecer las cosas como por casualidad, como si no fuese la revista definitiva la que estamos viendo sino un boceto de la misma. Como ocurre con algunos programas de televisión que pretenden ser modernos moviendo sin parar la cámara o mostrando lados imposibles de los entrevistados, este primer número de la revista señala palabras con rotulador fluorescente como de apunte de instituto y nos atosiga la lectura por medio de alocadas flechitas que recorren las páginas en un mareante frenesí señalador.
En cuanto a los textos, resulta chocante que apostando por una publicación de denuncia, valiente y combativa, se haya optado por la fórmula utilizada en la revista The Economist de no firmar los artículos. La lista de los autores viene en la contracubierta sin que podamos saber qué ha escrito cada uno de ellos. Son: Pedro Gómez, Eduard Gonzalo, José Carlos Aguirre, Ruth Toledano, Pepe Ribas, Antonio Baños, Alex Romero, Javier Esteban, Santiago Camacho, Toni puig, Frank G. Rubio, Cristóbal Cobo, Rafa Millán, Leopoldo Alas, Lluis Carbonell, Galactus, Grace Morales, José Cervera,Antonio Dyaz y Javier Candeira.
Dentro de la vorágine formal de este primer elAjo, las ilustraciones, viñetas y tiras de humor gráfico, que sí vienen firmadas, salpican las páginas, como espurreadas, dando una apariencia de desorganización artística. Sin embargo, esto no es del todo así, ya que la mayoría de dibujos están agrupados por temas, coincidiendo con los textos donde se insertan. La portada y las dos primeras páginas corren a cargo del magnífico dibujante Miguel Brieva quien, con su personalísimo estilo, ilustra a la perfección el tema central de la revista: “Somos propaganda”. Junto a Brieva destaca el incisivo humorista gráfico leonés Rodera que hace una de las historietas más disparatadas, absurdas y geniales que se puedan ver hoy en día en el mundo de las revistas de humor: “Pórnex y el niño de los palíndromos”. Estos dos originalísimos autores, con su causticidad y espíritu iconoclasta, plasman a la perfección el espíritu de elAjo. Junto a ellos, en una perfecta promiscuidad artística, se encuentran autores diferentes que, cada uno con su estilo, refuerzan la eficacia nutritiva de este ajo de papel: Rep, dibujante americano que utiliza cartones como soporte de algunos dibujos; Juan Antonio Álvarez; Lola Sánchez; Edu Fornieles; Alex Romero y Fritz, que firman juntos una divertidísima historieta filosófica; Miguel B. Núñez; Jacques Le Biscuit; Eneko; Mutis; Enaid; Olaf; El Cartel; Malagón; Ramón Churruca y Mertxe González.
Aun siendo una presencia gráfica variada y efectiva, de gran calidad, parece escasa para una publicación satírica como es ésta. En algunos casos, esa búsqueda de la diferencia, de no parecerse a nadie, de buscar un diseño original, hace que viñetas absolutamente geniales queden absorbidas dentro de la página por el texto, de modo que parecerían más una ilustración al mismo que obras independientes de igual valor. El arma poderosa del humor gráfico, tan necesaria en general e indispensable en una revista de humor, no debería sacrificarse en aras de un diseño innovador.
En cuanto al contenido, este renacido ajo también tiene sus contradicciones. Envuelve la revista un cierto tufo de exageración apocalíptica, como si de pronto nos encontráramos viviendo en un mundo de pesadilla donde poco menos que todos somos zombis arrastrados por la inercia de la estulticia, sin salvación posible. En ocasiones, elAjo, parece sacado de alguna pancarta perdida de una manifestación antiglobalización. Por momentos, parecería que la revista cae en la demagogia que critica y trata a los lectores como niños de teta a los que más que un libertario ajo cómplice, se les estuviese ofreciendo, debido a una afasia sobrevenida, unas paternales interjecciones (ajó ajó) para estimularles a hablar. En cualquier caso, haciendo un ejercicio de antilogía, podremos no sólo salvar a este primer número de elAjo defendiendo todas estas contradicciones; estos excesos, pues, quién duda que una gran parte de la población vive en un feliz limbo de idiocia patrocinado por la munificencia televisiva en connivencia con unos poderes públicos henchidos de corrupción, sino que además estaremos de acuerdo con su mensaje estridente porque, tal vez, ha llegado la hora de gritar para cambiar las cosas. Frente a una ciudadanía subvencionada en la confortable estabilidad hipotecaria, bienvenido sea un gamberro ajo protestón, un ilustrado ajo anárquico que rechaza la publicidad, que aspira a ser libre en un mundo libre. Por lo pronto, elAjo, con sólo un número en la calle, ya ha conseguido algo importante: darnos un remedio para que nos quitemos el mal sabor de boca que produce la mentira que nos rodea por todas partes. Contra el sabor a mentira, el Ajo.
AJOCALÍPTICOS E INTEGRADOS, por José Luis Castro Lombilla


Sirva este post de homenaje a la revista, que me hizo consciente de ser borreguito.

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