Esta mañana al ir a la sucursal bancaria,-por si las moscas no les diré de cual de los bancos importantes de este país-, se lo crean o no, el empleado que me atendió fumaba un cigarrillo con fruición y sutileza, pertrechado tras su mesa de trabajo. Lo curioso es que lo hace siempre que voy, por lo cual me imagino que ésta operación se repetirá con la regularidad que la nicotina demande.
Es un tipo casi en edad de jubilación, lo que al parecer le da fuerza moral para pasarse por cierto sitio, tanto la ley antitabaco promulgada por la excelsa señá ministra Leire Pajín, como las ordenanzas interiores de su empresa.
Uno, que siempre ha tenido debilidad por los tipos que van a su bola, y a los cuales se la refanfinflan, tanto los políticos como otras autoridades incompetentes que vengan, o no, al caso, y que a pesar de ser fumador en excedencia desde aprox. un año, que quieren que les diga, salió enormemente reconfortado y rendido ante el ejemplo de valor y empecinamiento atrincherado del último mohicano, que no murió en las cataratas, como escribió Fenimore Cooper, si no que día tras día sigue fumando sus cigarrillos en el curro, eso sí, sin dejar de trabajar atendiendo con su acostumbrada cortesía y efectividad a los clientes de su empresa.
Estoy convencido que miles de trabajadores y/o funcionarios, abandonan cada día varios ratitos su trabajo para salir a la calle a fumar cumpliendo con la normativa, pero eso si, dejando de producir.
Estos últimos días, en que tantos héroes yanquis han aparecido en los medios de comunicación, quiero rendir homenaje a los genuinos héroes anónimos hispanos.
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