La situación económica del país es tan grave que solo queda equilibrar cuanto antes la balanza de pagos o desaparecer engullidos por el maldito Leviatán de la depresión. El diagnóstico está hecho: la producción decrece y va por un camino sin retorno, las fábricas no son competitivas, la industria está subvencionada y el nuevo modelo de esclavización, dicho sea sin eufemismos, que se acaban de inventar los Einstein de la economía está abocado al fracaso: solo trabajarán los agraciados con una suerte infinita, los que tengan vocación de siervos o los que, no teniéndola, se vean obligados por las circunstancias a aceptar unas condiciones leoninas. Los demás se quedarán parados como estatuas de sal que han mirado hacia atrás y han visto que cualquier tiempo pasado, sino mejor, fue menos malo, quietos como momias sacadas de la tumba de Tutankamon. Parálisis y momificación, dos palabras que lo definen. Será el dolce far niente, la dolce vita al revés, el ocio obligatorio por cese de negocio. Visto lo cual, habrá que hacer algo para salir de la petrificación; eso o la quiebra absoluta, el grado cero de la economía, como quizás diría Barthes. Para empezar, se propone aquí un solución drástica que, aunque no dejará de tener para alguno su punto de comicidad y de histrionismo, cuando no de tragicomedia (ríanse si les place y si no les place también), se plantea totalmente en serio: la exportación, he aquí la palabra clave, que nadie debe confundir con la deportación ni con la limpieza étnica encubierta; es necesario e imprescindible exportar, más que objetos, todo tipo de gente que no sirve más que para comer la sopa boba, nunca mejor dicho, o simple y llanamente -sin intención de ofender- para hacer estiércol: funcionarios que no funcionan, sinvergüenzas que nunca la tuvieron, reincidentes y recalcitrantes, proxenetas del estado, chupatintas del presupuesto, sanguijuelas del sudor ajeno, parásitos terminales, caraduras de toda laya, triperos con vocación porcina, peinaovejas con querencia ovina, vendedores de humo al por mayor y menor, gorrones de taberna, tabernícolas, vagos congénitos, parásitos enquistados en el tejido social, mangutas cualificados y no cualificados, maestros y dicípulos de la corruptela y de la corrupción, gurús de la cutredumbre, chelas de la cutrefacción, jetas y caraduras dedicados al saqueo y al pillaje en cualquiera de las esferas de la sociedad... De aquí, nadie lo dude, todos los sabemos, sacaríamos varios millones y este sería un primer desahogo y un aviso práctico para los pícaros de cualquier índole, acostumbrados secularmente a nadar en río revuelto o a favor de corriente.
Pero la especie que más abunda y la más exportable, es, digámoslo ya, la de tonto, la de tonto a secas, y no hablamos del tonto del pueblo ni de los que, por desgracia, han sido condenados por el destino a sufrir una enfermedad de la que no son culpables, esos evidentemente están exentos, esos merecerán todo tipo de respeto y atención. De esos no hablamos porque tienen el cielo ganado y, antes la tierra, y mucho antes nuestro corazón y nuestra conmiseración más radical. Hay que ser muy tonto para no entenderlo así y de paso no entender la validez y el sentido patriótico de nuestra propuesta. Pero dicho está por si acaso y para no dar lugar a confusión entre gente malintencionada, dura de cabeza o de mollera o con pocas entendederas, que son la materia prima de este proyecto y a la vez el obstáculo principal para su realización. ¿Qué se puede esperar de los atontados, entontecidos y cretinizados? ¿Qué de los que les falta un hervor, cuando no dos veranos? Hablamos, insistimos, de otro tipo de tontos, a saber: los tontos que van de listos, los listillos, los listontos, los espabilados de la clase que sacan el curso sin rascar bola o haciendo chuletas o copiando al compañero, los que se hacen los tontos además de serlo, los gilipollas, los gilipuertas, los agilipollados, los simples gilis, los descerebrados, todos ellos tienen el camino abierto, que no es otro, insistimos, que la salida reglada hacia otros destinos necesitados de mano de obra cualificada, paradójicamente, para no hacer nada o para hacer el tonto, lo único que saben hacer. Lo mismo diremos del tontolaba, del tontorrón, del tontainas, del tonto interesado, del tonto que pone todo el interés en serlo, del que cree que no lo es y lo es es sumo grado, del cretino, del imbécil, del panoli, del lila, del bobo y del bobalicón, del idiota sin remedio, del memo, del amomado, del majadero encerrilado en sus majaderías, del mentecato, del necio conjurado contra la inteligencia, del estúpido y sus derivados, adyacentes, tangentes, cotangentes, cosecantes, paralelos, concomitantes y contiguos. Y qué decir del mamón, del mamón a palo seco, del que solo sabe dedicarse al mamoneo, del mamonazo a priori y a posteriori, del mamiolo con ínfulas de mameluco, en una palabra, del babión que se piensa que los demás siempre estamos en Babia o que somos de la estirpe de Babieca. Estos no tienen precio y, valga la contradicción, podrían venderse a precio de oro. Dejémonos de tonterías: con ellos será el forre, la reflotación definitiva de la economía, la salvación que todos deseamos, la resurrección oligofrénica de la gallina de los huevos de oro.
Seamos sinceros: ¿quién no se encuentra todos los días varias veces con algún imbécil? ¿Quién se atreve a afirmar que no los ha visto, además de en las calles, en los lugares más insospechados e inesperados? ¿Quién no apaga la tele o la radio para no ver ni oír las mamarrachadas de los tontos de turno filosofando sobre el porvenir la nación? ¿Quién no ha perdido alguna vez su tiempo y su paciencia oyendo las patochadas asnales de los tertulianos? ¿Quién no hace un gurruño con el periódico para no leer las barrabasadas que escribe un escriba juntaletras? ¿Quién no tiene la tentación de usarlo, en trámite de urgencis, para otros menesteres? ¿Quién no conoce a algún alto jerifalte falto de riego mental o tonto de baba? ¿Quién no se ha topado en alguna ocasión con un ingeniero o un arquitecto o un profesor universitario más tonto que Picio o con algún ministro o ministrable menos sabio que Pichote? ¿Quién no se acuerda, aunque no quiera acordarse, de algún alto dignatario tontodelculo? ¿Quién no los compara con el que asó la manteca? ¿Quién no quiere reconocer que estamos rodeados de cenutrios y de acémilas, y que corremos el peligro de sufrir una pandemia irreversible? Y no se trata de delatarlos: se delatan ellos mismos. Miradme, dicen, soy yo: el tontolapolla, el adoquín, el zoquete, el zopenco, el zote, el badulaque, el pasmado, el papanatas, el tolete que no sirve ni para amarrar el remo, el que usa la cabeza para apoyar la mano, el rey de los lelos y de los lilas, el monarca de Tontolandia...
Otra cosa sería elegir el lugar al que se exportan. De eso que se encarguen los mencionados vendedores de humo, de los que tenemos para dar y tomar: a Alemania, por ejemplo, donde, según se dice y algunos mamavacas creen, atan los perros con longaniza; a ver si la señora cuyo nombre no queremos mencionar, que de corta parece no tener nada, tiene agallas para hacerlos entrar en vereda; sería una mezcla explosiva: juntar cabezas cuadradas con cabezas vacías; en algunas islas habría primates encantados de compartir con ellos su vida paradisíaca a lo Walden o a lo Crusoe; y en otros países en guerra necesitan carne de cañón, mercenarios y francotiradores al turuntuntún, gansos dispuestos a morir por la pasta gansa, patriotas a sueldo de las causas perdidas, héroes a golpe de talón o de euro, tochos intachables. Serían, nadie lo dude, una fuente inagotable de divisas. Las arcas volverían a estar rebosantes y los ladrones que se hacen los tontos para sacar tajada definitivamente lejos: se acabó aquella ruinosa costumbre de poner a la zorra al lado de las gallinas. Se cerró el tontódromo y se fueron al paro los apuntaladores de tanta estupidez generalizada.
Y otro asunto que no está en nuestras manos es el medio de transporte en el que serán llevados a sus destinos. Se sugiere el AVE, por aquello de la rapidez de las transacciones y de quitárselos cuanto antes de encima, pero sería una tontuna imperdonable no usar todos los medios que estén a nuestro alcance; coche, tren, autobús, avión, piragua, gabarra, fuera borda, diligencia, bicicleta, triciclo, patinete y, por qué no, en burra, que es lo más acorde con su condición de asnos y de representantes emblemáticos de esta burricie y del torpor. El relanzamiento de las agencias de viajes sería apoteósico y un modelo para aquellas que están arruinadas por la gestión fraudulenta de los pseudolistillos que las han dirigido hasta ahora y se han ido de bareta sin tener que pagar por su falta de inteligencia, haciendo bueno aquello de parecer tonto y acertar a casa.
Sabemos que no nos harán ni puñetero caso. Sabemos que dirán que esto que aquí se dice es una tontada mayúscula. Sabemos que algunos (motivos sobran) se partirán la caja o el culo. Sabemos que muchos se rasgarán hipócritamente las vestiduras o nos insultarán como si fuéramos unos teóricos ultramontanos o unos nostálgicos de no se sabe qué Edén inexistente. Sabemos que se ha perdido el sentido del humor y que no lo van a recuperar con este artículo, en cierto modo hilarante y puede que hasta desternillante. Sabemos que escribirán sesudos ensayos para defenestrar esta, según ellos, descabellada teoría. Señores resabidos: lo damos por sabido. En lugar de matar al mensajero, según su costumbre, tendrían que ponerse manos a la obra y, por el bien del país y de la humanidad a la que dicen pertenecer, ofrecerse voluntarios para ser exportados. A nosotros, dicho sea de paso, tampoco nos importaría formar parte de la partida (hay que ser solidarios y predicar con el ejemplo): nadie está exento. Esta crisis -como la muerte a la que anticipa- nos iguala a todos. Pero ya hemos visto que cretinos y faltos hay para dar y tomar, que nos sobra mano de obra, que hay excedentes a trisca y que solo falta el deseo unánime de sacarnos de una depresión económica endémica que, al parecer, no se quiere solucionar o se quiere solucionar dejando en el paro a todo quisqui. Será la única nación del mundo, que sepamos, si no se pone urgentemente remedio, en la que se llega al paro general por voluntad del gobierno, de los empresarios y de todos los listos, listillos y listorros que nos desgobiernan como si fuésemos idiotas de capirote o imbéciles de remate, por no decir los más tontos entre los tontos que en el mundo han sido, son y serán.
Antonio Casares
10 comentarios:
Lo de incluir a los tabernícolas no sé si me gusta :-)
Es que somos idiotas o imbéciles, por eso nos desgobiernan sr. Casares.
Juan, que hay tabernícolas majos:),(y hasta políticos, pocos, pero los hay)si ya hablamos de categoría intelectual, catadura moral, etc. etc., pues no sé qué decir, no me viene ninguno a la cabeza.
Gato, eres un buen fotomontajista.
Sabemos que no nos harán ni puñetero caso. Sabemos que dirán que esto que aquí se dice es una tontada mayúscula. Sabemos que algunos (motivos sobran) se partirán la caja o el culo. Sabemos que muchos se rasgarán hipócritamente las vestiduras o nos insultarán como si fuéramos unos teóricos ultramontanos o unos nostálgicos de no se sabe qué Edén inexistente. Sabemos que se ha perdido el sentido del humor y que no lo van a recuperar con este artículo, en cierto modo hilarante y puede que hasta desternillante. Sabemos que escribirán sesudos ensayos para defenestrar esta, según ellos, descabellada teoría. Señores resabidos: lo damos por sabido. En lugar de matar al mensajero, según su costumbre, tendrían que ponerse manos a la obra y, por el bien del país y de la humanidad a la que dicen pertenecer, ofrecerse voluntarios para ser exportados. A nosotros, dicho sea de paso, tampoco nos importaría formar parte de la partida (hay que ser solidarios y predicar con el ejemplo): nadie está exento.
Prescripción facultativa: Repásense esto, por favor, cada seis horas.
¡Cuántas palabras! Y sin punto y aparte.
Pues teniendo en cuenta lo que me ha costado parar antes de coger la siguiente andanada de insultos, me voy a apuntar yo también a la exportación.
Me pregunto si quedará alguna empresaria o empresario (que alguno también estará libre de tontería) capaz de vender en el exterior tanto caballo cojo.
Dándole la razón a Anderea, España nunca se caracterizó por saber vender su producto, propongo por lo tanto contratar para este cometido a Trinidad Jiménez, ahora que ha dejado tantos y tan buenos contactos por todo el mundo tras su exitoso paso por el Ministerio de Asuntos Exteriores.
Tampoco es cosa de hacer sangre, hombre.
Mejor la alegre Bibiana.
Yo preferiría a Leire.
Pues yo a Maritere, con su imagen renovada; porque por lo visto hay que cuidar la estética tanto como la ética. Tiene mucha labia para convencer; todavía recuerdo en el 2008, intentándolo con unos adolescentes en no sé qué instituto, que parecía un guardia urbano, aquí la izquierda con..., aquí la derecha con...,
La Maritere tuvo suerte en pasar a la retaguardia antes del desastre definitivo, ésa tambien era tela marinera.
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