ORADOR ANTE EL ESPEJO
Ha pasado las noches hablando ante el espejo,
y se pasa los días de la misma manera,
haciendo soliloquios que aburren a los burros,
y la última semana lanzando peroratas
a sus hijos pequeños que soportan, estoicos,
quizás por el respeto filial que el caso exige,
palabras engoladas, abstractas, verbos raros,
sintagmas incoherentes, arcaicos barbarismos,
silogismos que anulan las leyes de la lógica,
giros alambicados, abstrusos y pedantes,
que va complementando con gestos estudiados
en los libros manidos de la oratoria clásica.
Es todo tan ficticio que ni él mismo lo cree,
aunque a veces se cree pariente de Demóstenes
o un hijo putativo del mismo Cicerón.
(Recuerda vagamente a fray Gerundio, alias Zotes.)
Bosteza el más pequeño y se queda dormido,
se tapa los oídos el mayor, y hace burlas,
muecas de clown que enervarían a cualquiera,
sin que el padre se entere de que hace el ridículo
ante su propia prole, se avergüenza el espejo
al ver la petulancia que esgrime Narciso,
y para suavizar la situación histriónica,
su mujer, muy forzada, esboza una sonrisa
y un gesto aprobatorio de puro compromiso,
y piensa solamente en el lujoso vestido
que se va a probar mañana en casa del modisto
y en el juego que hará con sus zapatos nuevos,
gracias al petimetre que tiene por marido.
Y al final, aunque pierde el hilo de las frases
y la poca coherencia que aún le queda al discurso,
con fingido entusiasmo, aplaude con desgana,
como si oyera llover detrás de los cristales.
¿Por qué se casaría con semejante imbécil?
¿Es el amor una total ceguera transitoria?
Y el día señalado, cuando sale al estrado,
con su traje impecable y su corbata ad hoc,
una camisa hortera, y el alma bien planchada,
y unos folios con notas que leerá en el evento
ante los que se sienten los padres de la patria,
tratará de asombrar, primero, a sus acólitos,
y, si fuera posible, dejará boquiabierta
y sin respuesta alguna a la infiel oposición.
Habla profusamente, igual que un papagayo,
se explaya en circunloquios vacíos de contenido,
se detiene en las pausas para afianzar su imagen,
emula las soflamas de antiguos demagogos,
ahoga su impericia en un vaso de agua,
y continua largando un rollo insoportable,
por cansino, por largo y, sobre todo, cursi,
que duerme a las ovejas y a algunos diputados,
y no podrá salvar el énfasis fingido
ni la falsa vehemencia que no convence a nadie,
pues todo el mundo sabe que miente más que habla.
Los aplausos que cierran su intervención
le sirven
para afianzar, iluso, su dudosa autoestima,
y algún bravo que otro y un tímido torero,
salido de las filas sumisas del partido,
dejan el hemiciclo casi para el arrastre
y al sufrido país al borde de la quiebra,
por no decir sin más en franca bancarrota.
¿No habría sido mejor para el país,
por no decir un bien para la humanidad,
y el futuro de las generaciones futuras,
un orador afónico o, en su defecto, mudo?
Antonio Casado (Santander, 2 de abril de 2012)
9 comentarios:
Ya lo sé: la gallina!
O Mourinho...
O Pinocho...
O Pocoyo...
O, sin ir más lejos, cualquiera de los impresentables a las pasadas y futuras elecciones.....
Te ha quedado muy surrealista el comentario, como el vídeo de el empleo.
Aki. menos Gatopardo nadie ha entendido nada.
Es que es cómo las matemáticas....
¿Tú tampoco Finchu?
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