"A menudo, para conocer a un héroe, hombre o mujer, basta con acercarse al bar de la esquina, pedir un café y observar en torno. Caminar por la ciudad atento a los rostros, a las miradas, a la manera de situarse, también aquí, bajo un cielo del que los dioses emigraron hace tiempo, dejándonos la fría y dura soledad del hombre moderno, o del que siempre hemos sido."
Este es un pequeño fragmento del artículo que publica hoy Arturo Pérez Reverte en XLSemanal. Tal vez merezca la pena leerlo entero:
Héroes de ayer y de hoy
Hoy querría hablarles de héroes. Conocí a los primeros en las historias que me contaban mis padres y mis abuelos, en los cuentos y en los tebeos. Eso incluía al Guerrero del Antifaz, al Capitán Trueno y al Jabato, y también aquellas historietas semanales, publicadas en México por la editorial Novaro, que todavía Javier Marías y yo intercambiamos con guiños cómplices: Batman, Superman, El Llanero Solitario, Roy Rogers, Gene Autry, Red Ryder, Hopalong Cassidy. Al mismo tiempo, con los primeros libros leídos, otra clase de héroes se fue asentando en mi imaginación. Fue el turno de los mitos clásicos o protagonistas de hechos históricos como Hércules, Aquiles, Ulises, Eneas, Jasón y sus compañeros, Leónidas, El Cid, Cortés, Pizarro, Blas de Lezo, Napoleón. A eso hay que añadir el cine, decisivo para una generación que, como la mía, asistió a los estrenos de Río Bravo, Ben-Hur o El día más largo, por citar sólo tres de innumerables películas espléndidas. Y así, poco a poco, las historias de hombres extraordinarios enfrentados a sucesos extraordinarios cedieron lugar a las de hombres ordinarios enfrentados a sucesos inquietantes, excesivos, peligrosos. Ordinarios, también. Fue la época fecunda de los libros, desde Moby Dick a James Bond, los detectives de Conan Doyle o Agatha Christie, los personajes de Stevenson, Verne, Cooper, Dumas o Kipling, y los marinos de Joseph Conrad. Viajes, intrigas y aventuras donde es fácil la identificación del lector ávido con los personajes zarandeados por el azar, el peligro, el amor, la guerra. Otra clase de héroe se asentó a partir de entonces en mi imaginación. Ojo de Halcón, Rupert de Hentzau, fueron los primeros, entre otros, que me hicieron asomar al lado oscuro del héroe. Al ángulo turbio de la vida.
Dijo el coronel Lawrence -yo ignoraba, al leerlo, que un día tocaría con mis manos los restos de los trenes volados por él en el desierto- que todos los seres humanos sueñan, pero no del mismo modo. Y es cierto. Yo tuve mi modo: me eché la mochila a la espalda y fui a la isla de los piratas en busca de héroes, intentando hacerlos míos. Confirmar su existencia. Tuve suerte, porque los conocí. A todos. De algunos, incluso, fui y sigo siendo amigo. Descubrí que su existencia era real, y no imaginación de escritores o guionistas. Volví con sus historias en la mochila, y eso hago ahora: contarlas a mi manera. Pero en el viaje hasta ellos descubrí importantes modificaciones en la imagen del héroe original. Ningún rastro hallé -ignoro si fui infortunado o afortunado en eso- de los héroes primeros de corazón puro. Dicho en clásico, conocí a menos Héctores que Ulises. Y así comprendí, también, que tiene poco mérito ser héroe a la vista del mundo y de la Historia. Que eso lo puede ser cualquiera, puesto por el azar en el sitio adecuado. Que lo difícil, lo heroico, es ser Odiseo peleando solo, enfrentado al dolor, al fracaso, intentando volver a casa con sangre en las uñas y la memoria, sin otras armas que la astucia y el valor, en un paisaje hostil y bajo un cielo sin dioses.
Por eso los héroes de mis novelas son como son. Corazones -en alusión melvilliana- hechos de húmedos y goteantes noviembres. Héroes cansados. Y, lo más paradójico de todo es que descubrí, al caminar hasta ellos, que no hace falta viajar a la isla de los piratas para encontrarlos; quizá porque en esa isla, que está aquí mismo, vivimos todos. Puede que ese largo y azaroso viaje que en otro tiempo hice me sirviera para comprender. Para reconocerlos. Para saber, como sé ahora, que no hace falta embarcarse en el Arabella con el capitán Blood, ni alistarse en la legión con los hermanos Geste, o arponear ballenas con el joven Ismael. A menudo, para conocer a un héroe, hombre o mujer, basta con acercarse al bar de la esquina, pedir un café y observar en torno. Caminar por la ciudad atento a los rostros, a las miradas, a la manera de situarse, también aquí, bajo un cielo del que los dioses emigraron hace tiempo, dejándonos la fría y dura soledad del hombre moderno, o del que siempre hemos sido. Quizá, si esos muchachos que buscan en un juego de ordenador o en una película de vampiros a los héroes de hoy estudiasen la expresión de su padre cuando, derrotado, vuelve a casa tras verse rechazado para un trabajo, la de su madre reventada tras lidiar afuera y adentro con la vida, la del hermano mayor que hace la maleta para jugársela lejos, allí donde consiga un trabajo y un salario dignos, comprenderían que los héroes no han muerto, sino que siguen vivos, muy cerca. Entre nosotros. Esperando una palabra de reconocimiento y el afecto de una sonrisa.
Arturo Pérez Reverte
16 comentarios:
Yo tengo algunos heroes también, como el profesor de la Complutense que consiguió que España tuviera una base de investigación en la Antartida.
El director de Observatorio Astronómico de Canarias que consiguió evitar que Canarias se convirtiese en un portaviones del ejercito norteamericano.
Y alguno más que os sorprendería conocer sus historias vitales, algun día te las contaré.
Héroes cotidianos hay muchos.
Tengo el placer de haber leído ayer el artículo. Pérez Reverte, como siempre, lúcido en grado superlativo.
En cualquier caso, me quedo con los antihéroes, al menos no corren el riesgo de que les concedan medallas como a Bono, sin ir más lejos.
¡Qué manía con los antihéroes! (manía: Afición exagerada hacia una cosa, en la 4ª acepción del diccionario de la RAE).
¿Bono? Si te refieres al cantante, no es ni héroe ni antihéroe, es un cretino, con perdón para los cretinos.
Si te refieres, como creo, al político, en fin..., vamos a dejarlo que me puede dar la risa floja.
Me refiero, evidentemente al insigne ex ministro de Defensa, no he visto mayor heroicidad que autoconcederse una medalla nada más aterrizar en el ministerio.
Ni Napoleón...
Por cierto, aunque sea manía o falta de valor, sigo prefiriendo los antihéroes.
Autoconcederse una medalla nada más llegar al ministerio es propio de gente sin complejos. Y que nos gobiernen estos especímenes...
LLegar ya a mitad de mes, es una auténtica hazaña para muchísima gente, desde ese punto de vista sí me parece apropiada la palabra héroe. Pero yo los llamaría supervivientes, más que héroes, o sufridores.
En lo que más estoy de acuerdo con su artículo es en la última frase.
Esto de los héroes es curioso.
Y eso que la realidad supera a la ficción heroica; Y luego está "la afición", como por ejemplo hace unos días. Para unos, Gallardón es un héroe y para otros las heroínas son las tres chicas de los pechos al aire del parlamento.
Ese tipo de "heroicidades" no me convencen, ni las del uno ni la de las otras.
La verdad es que las chicas quedaban muy... vistosas, y bastante histéricas. Si las feministas levantasen la cabeza...
Es que esa no es una manera sería de reivindicar en un tema serio.
No por enseñar los pechos en el parlamento, que yo creo que eso no escandaliza ya a nadie, pero da publicidad, sino porque yo no me siento representada con esa forma de "feminismo".
Aunque al mismo tiempo, cualquier protesta (sin violencia) a la Ley Gallardón la doy por bien recibida.
Tendríamos que enseñarle todos el culo.
Como no conozco la Ley Gallardón (me ocurre como a la inmensa mayoría de los españoles), no puedo hablar.
Desde luego que el show de las muchachas ya no escandaliza a nadie, le da vidilla al asunto y... hace que éste se quede en nada. Viva el folklore.
...Y el despelote.
¿Enseñarles el culo?, jamás. Para darles facilidades estamos.
Era una metáfora....que os conozco.
Ya lo hemos pillao. De lo que se trata es de que no nos pillen ellos.
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