miércoles, 24 de septiembre de 2014

UCRONÍA

Marc Chagall - Paris
UCRONÍA

Si me hubiesen dado a elegir entre vivir en la época actual, vacua y pretenciosa, en la que el cretinismo se enmascara con la dudosa coartada del progreso, (el cangrejo es el tótem de semejante falacia),  o en la remota y subyugante de Altamira, no habría dudado ni un segundo en decantarme por la Era Cuaternaria,  asistiendo perplejo al génesis del mito, viendo in situ, fascinado, cómo los anónimos Picassos rupestres pintaban sus obras esplendorosas, cómo sublimaban sus éxtasis místicos sobre los techos o las paredes de las cuevas, cómo reflejaban la realidad sin tergiversarla impunemente como se hace ahora, en la apoteosis de la verosimilitud, alcanzando una cima artística que nunca se ha vuelto a alcanzar, o escribiendo, deslumbrado ante tanta belleza, presa del estupor y de la embriaguez estética, los poemas que acaso me habría regalado la inspiración, o guardando silencio por el mero hecho de existir y de asistir al nacimiento de la expresión artística en su estado más puro y primigenio, paradigma y blasón de la belleza absoluta jamás superada por nadie, sí, por nadie, no me miréis así, como si fuera el más extraño de los seres o el más estúpido de este universo mefítico construido para torturar a loa amantes de la libertad absoluta y sin límites. Y me hubiera hecho infinitamente feliz, creo, quiero creer, compartir con ellos, nuestros antepasados, la música de la naturaleza, análoga a la de las esferas, de las que es espejo, una música celestial y terrestre, divina y humana a la vez, incomparablemente más bella (aunque decirlo me cueste la animadversión universal) que la creada después –fuego fatuo y decadencia- por los músicos y melómanos que han ido surgiendo a lo largo de la historia. ¿Qué armonium suena mejor que el armonium del mar, cuando lo toca la mano invisible de la noche a la luz de una luna solitaria y romántica? ¿Qué arpa es más sutil que los arpegios de la brisa entre los árboles del bosque de los sueños? ¿Hay melodías más bellas, decidme, que la del viento entre las hojas de los chopos? ¿Hay cadencia más dulce que la del agua que cae sobre la piedra exangüe de una fuente olvidada de una plazoleta en un pueblo que solo visita el olvido? ¿Hay un piano más sugerente que el silencio de las estrellas? ¿Existe alguna canción más poética que el trino inefable de los pájaros?
Nací, y voy a morir, bien lo sé, fuera del tiempo en el que hubiese deseado hacerlo, hecho que, si para lo demás nada significa, para mí es una gran tragedia metafísica, dolorosa e irresoluble, y un fatum aciago -¡maldito destino!- contra el que es inútil luchar titánicamente como yo he luchado o rebelarse como yo me he rebelado por medio de las palabras, esas armas inocuas para los espíritus mezquinos de nuestro tiempo, que se refugian cobardemente tras las faldas de la indiferencia y la masificación de la tontuna en todas las esferas del arte y de la vida... Uno no puede elegir su destino porque, entre otras cosas, dejaría de ser un destino para ser otra cosa, un patético argumento para eludir cualquier responsabilidad y aceptar la esclavitud que se nos impone desde el momento que abrimos los ojos en la noche infinita de este insufrible planeta. ¡Y yo protesto! ¡Y yo me rebelo! Yo, el poeta, el enfermo de poesía, el soñador incurable, el danzarín que danza al son de su propia música, yo, el niestzcheano, yo, el ahorcado del tarot o de la balada de Villon, yo, el amante del amor en toda la extensión de la palabra, yo, heterodoxo y blasfemo contra las normas establecidas por los impostores que administran y sacralizan a su antojo la eternidad, yo, hazmerreir telúrico y mortal, yo, que he tenido que vivir siete décadas disimulando, simulando simulacros, entre máscaras y metáforas, fingiendo como una esfinge que finge lo que ellos quieren que finja, lo que ellos desean que sea, representando el papel que ellos me han asignado en el teatro cruel de la existencia, para poder sobrevivir sin ser apaleado sin piedad por sus leyes abominables e inquisitoriales, y sus reglas de tres, y sus dos y dos son cuatro, y sus cárceles, y sus manicomios, y sus declaraciones de guerra a la bondad y al placer y al bien por el bien mismo, yo, el alter ego, el sosias, el fatídico doble de Antonin Artaud,  yo, el que ha vivido otras vidas para poder soportar la suya, yo, el malo de la película, el demonio expulsado de los templos de la estulticia, yo, el que ama más a su perro que a todos los gobiernos, yo, el perro que ladra en las catacumbas del miedo, yo, el representante en la tierra del pánico de Pan, yo, el que caga belleza para maquillar el estercolero del mundo, yo, el que orina como Rimbaud los heliotropos y las estatuas inexistentes de la libertad, yo, el libertario, el ácrata, el anarquista que un día lloró desconsoladamente la muerte de Alfredo Zitarrosa, el amigo póstumo del príncipe Kropotkin, yo, el gnóstico, el pobre bufón arrojado impunemente a los abismos siderales de la materia ciega como una emanación de los eones en los que habita eternamente Sofía, la luz que me espera (o no, nadie lo sabe, nadie ha regresado para confimarlo) al final de este viaje caótico por los sórdidos laberintos del cosmos y la miseria inmisericorde de la creación, esa farsa sin fin, ese festín nauseabundo hasta el hartazgo, esa broma macabra que se arrogan los poderes fácticos de esa pesadilla infernal y agónica en la que he sido aherrojado como un reo en la mazmorra de la que solo podrá salir a la hora absurda y desesperada de la muerte. ¡Qué desolación! ¡Menudo fiasco…!
                                    

Antonio Casares
(Santander, 24 de septiembre de 2014)

lunes, 22 de septiembre de 2014

MATARILE CON ESTRAMBOTE

El prócer - EL ROTO

Matarile con estambote

Me mata más la vida que la muerte,
me mata la incorrupta corruptela,
me mata la chabola, la favela,
la ley, que es dura ley: la del más fuerte. 

Me mata ver que el mundo va a su suerte,
me mata el tontolculo a toda vela,
el gobierno que roba a la clientela,
y aquél que con el débil se hace el fuerte.

Me mata el que con cara de beato 
no para de matarte todo el rato 
bastardo entre la víbora y la rata..

Me mata el de la lengua sibilina,
y me mata la máscara asesina
que oculta al asesino que me mata.

Y luego me remata,
por la espalda, en el suelo y con insidia,
el criminal a sueldo de la envidia.

Antonio Casares 

(Santander, 19 de septiembre de 2014)