Cuando se cumplen treinta y cuatro años del reinado de Juan Carlos I, sería aconsejable reflexionar sobre el periodo más fructífero y pacífico de la convulsa historia de España, y el papel fundamental desempeñado por la monarquía durante este tiempo.
Recordemos que antes de la proclamación del actual monarca, éste país, y por ende sus habitantes, se encontraban bajo la férrea dictadura del general Franco.
Hagamos memoria asimismo de la triste situación cultural que atravesaba el país en aquéllos tiempos, y que obligaba, con el fin de aliviar la tristeza y falta de humor, por no haber no había ni chistes sobre el dictador, que tamaña opresión dictatorial nos causaba, a la inmensa mayoría de sufridos españolitos a un diario Via Crucis hasta altas horas por bares y tabernas, rematado a menudo, y bajo etílicos efluvios, con animosas entonaciones a coro de patrióticos cantos regionales.
No importaba que todo el mundo tuviese trabajo, pluriempleo, y vivienda propia, que los jóvenes nos incorporásemos sin el menor obstáculo al mercado laboral, y que pudiéramos emanciparnos al licenciarnos de la odiosa "mili".
¿De qué sirve todo esto sin la libertad de expresión reclamada en el Mayo francés? ¿De qué nos saca el bienestar material sin la recompensa espiritual de acudir a las urnas a ejercer nuestro soberano derecho a decidir el futuro de la nación? ¿De qué nos valen los horizontes despejados, si no podemos votar a nuestros ediles y diputados favoritos?
Olvidemos la actual crisis económica, los rescates a los que nos veremos abocados, y de las terribles inmediatas consecuencias en forma de recesión y engorde de la cola del paro, y valoremos la libertad individual y derechos civiles ejemplares que poseemos.
¿Cómo hemos llegado a este punto?
Indudablemente gracias al esfuerzo constante y sin desmayo de nuestras instituciones públicas, tuteladas magistralmente por nuestra monarquía y su titular S.M. Don Juan Carlos de Borbón y Borbón, auxiliado por la impar labor discreta e infatigable de S.M. Doña Sofía y demás miembros de la Familia Real, quienes con su ejemplar comportamiento muestran el recto camino a las generaciones venideras.
Cómo muestra de la sencillez de hábitos de nuestra querida Familia Real, no distinta de cualquier otra española, ahí están lo ejemplos de la absoluta serenidad con la que se han aceptado, primero la separación matrimonial de la Infanta Elena, en segundo lugar los negocios "poco ejemplares" (Juan Carlos dixit) del Duque de Palma y su posterior procesamiento, y por último el matrimonio con una periodista divorciada del sucesor al trono Don Felipe de Borbón y Grecia.
En cualquier otro país, hechos como los citados, hubiesen sido despedazados despiadadamente por prensas sensacionalistas y serias, hasta provocar un referéndum nacional sobre la continuidad de la monarquía, pero afortunadamente, y debido al papel garante de valores democráticos (no olvidemos la intervención real del 23-F), que ésta misma representa en España, tanto medios radiofónicos, televisivos, como prensa escrita, mantuvieron un constitucional respeto hacia todos los componentes.
Asimismo es digno de loa y alabanza el pueblo español, que lejos de dejarse arrastrar por las críticas manifestaciones de un minoritario sector republicano e independentista, ha dado fervientes muestras de apoyo y cariño incondicional a la Corona, vitoreando y agitando fervorosamente la bandera rojigualda, en cualquier acto público, del que algún miembro de la Familia Real haya sido partícipe.
Repetid conmigo ¡Viva el Rey!