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LA GRAN OLA de Hokusai |
Como consecuencia de un incontrolado movimiento sísmico, cuyo epicentro se localizó en las cercanías de Wall Street, fruto de la insaciable rapacería de especuladores, banqueros, dirigentes de grandes compañías, juntas de accionistas multinacionales, y con la aquiescencia de los responsables económicos del gabinete de George Bush, - los mismos personajes, por cierto, que impasiblemente continúan en los mismos cargos de la administración de Barak Obama - se ha desencadenado una gigantesca ola que amenaza seriamente la supervivencia de los derechos sociales conquistados en el último siglo por los ciudadanos de la Europa meridional.
Una ola que a su paso, como un castigo divino, arrasa inmisericorde asilos, escuelas, hospitales, universidades, teatros, cines, museos y cualquier otro rastro de humanismo, pero que milagrosamente deja intactas iglesias, edificios bancarios, palacios, congresos, senados.
Una ola que siembra de cadáveres las colas del paro, de zombies futuristas las escuelas, de esclavos digitales la administración, de suicidas en fase de desahucio los balcones; esa ola porta en su cresta, salvándolos del naufragio, profesionales del "bisnes" democrático, orondos caciques agarrados como chinches a su flotador sindical; una ola plagada de tiburones financieros y pirañas mercachifles, que en el éxtasis de su orgiástico y sangriento festín, beneplácito entusiasta de los políticos mediante, se apresuran a rescatar los bancos en supuesta quiebra, convirtiendo en públicas las pérdidas, y en privados los beneficios.
Un apocalíptico Tsunami, que desde izquierdas y derechas, penetra tierra adentro, libre, sin oposición ni dique alguno, anegando las costas superpobladas de esqueletos de hormigón, aeropuertos clausurados por falta de viento, urbanizaciones fantasmagóricas, y que al romper en la playa, deja un halo de traficantes de commodities, inversores del komintern, capos inmobiliarios y ediles en eterna fase de procesamiento.
Una ola que salpica con el chapapote de la corrupción, a ayuntamientos, consejerías autonómicas y ministerios, cómplices del desamparo legal de los ciudadanos respecto a los bancos, que mediante leyes confeccionadas a medida por sastrezuelos legales dignas de la usura del shakespeariano Shylock, les permite inmediatos desalojos y apropiación instantánea de viviendas y deudas.
A tal punto ha llegado el empacho vampiresco, que una serie de jueces con escrúpulos, hartos de dictar sentencias desproporcionadas, ha hecho frente común ante tanto desmán. Repetidamente demostrada la inutilidad de alternativas políticas y democráticas, tal vez la sensatez de algunos componentes de la judicatura, sea capaz de concienciar y gestar iniciativas ciudadanas, ajenas a la endogamia crónica de los partidos políticos y sindicatos, capaces de boicotear y corregir los hábitos antinaturales del capitalismo salvaje que nos asfixia.
Quizás ese aliento sea el primer ladrillo para la construcción de un dique capaz de frenar el ímpetu de la mil veces maldita ola.
Quizás, y como siempre, todo esto sea una patraña sin consecuencias, para que, por ejemplo, alcaldes ex ministros de Justicia del PSOE, retiren el apoyo policial a los desahucios.
Tal vez también se una maniobra para privatizar la policía, cosas más raras se han visto.