lunes, 5 de noviembre de 2012

EL HOMBRE DEL ESPEJO



“¿Quién es el hombre para juzgar al hombre?” 
(CERNUDA) 


Un hombre pasea por la ciudad, lo que haría de él uno más entre tantos si no fuera por un rasgo que lo distingue de los demás transeúntes y lo saca del anonimato. Ni yo mismo lo hubiese distinguido si no es por la capacidad de observación de un amigo que se ha fijado en él y consigue que yo también lo haga. Nada llama la atención en su indumentaria, pero sí lo que hace. Sostiene con la mano izquierda un libro cerrado, Del sentimiento trágico de la vida, de Unamuno, lo que nos lleva a pensar, en principio, que es un pensador o un buen aficionado a la filosofía. Sin negar que lo sea, es preciso fijarse más y comprobar que tras el libro hay un espejo. El hombre se mira en él y hace amagos de hablar con alguien, de argumentar en silencio nadie sabe qué cuestiones ontológicas o metafísicas, en un soliloquio mudo o, si se quiere, en un diálogo silencioso consigo mismo. ¿O habla con Unamuno? Gesticula y hace muecas de aprobación o de reproche mientras afianza sus argumentos esgrimiendo en el aire su dedo corazón, que agita vehementemente a modo de batuta. Solo él oye la música y nunca sabremos si es polifónica o monótona como el tránsito de la gente a su alrededor, que apenas le presta atención o, si lo hace, es para tomarlo por loco. Basta que alguien haga algo diferente a lo que todos hacemos para considerar su falta de cordura y para que nos convirtamos en jueces o psiquiatras. De vez en cuando se detiene y golpea levemente el suelo con el pie derecho como si marcara el ritmo de la sinfonía absurda o inaudible que está interpretando y representando en un ballet unipersonal que en nada recuerda a Nijinsky, es cierto, pero que le sirve para su disfrute personal, o eso parece. Va a lo suyo, y lo suyo es andar mirándose al espejo sin preocuparse de lo que piensen o digan los demás. Verlo nos hace evocar vagamente aquella definición de la novela que alguien acuñó como un espejo en movimiento a lo largo del camino. Desinhibido, quijotesco, sin tener en cuenta el qué dirán o dejarán de decir, encarnación viviente del mito de Narciso, habría sido un personaje perfecto para Robert Walser. Da la agradable sensación de que es un hombre absolutamente libre, conforme con su ser y con su estar, feliz en su rol, capaz de representarse a sí mismo sin esperar reconocimiento ni aplauso, de vivir su papel tal si hubiera asumido, sin vanagloriarse por ello como hacen otros con menos mérito, que es uno más en este simulacro que es la vida, en esta farsa esperpéntica que alguién llamó, a nuestro juicio acertadamente, el gran teatro del mundo. 

Antonio Casares (Santander, 4 de noviembre de 2012)

7 comentarios:

marian dijo...

Quizá sea solo una agradable sensación.
Pero lo leeré con más calma, que siempre da gusto leer a Antonio.

Sirgatopardo dijo...

Yo también he visto al hombre en cuestión, pero claro, cómo es lógico, no se me ocurrió nada.

Juan Nadie dijo...

A mí lo más seguro es que se me habría ocurrido una chorrada.
Magnífico texto.

Sirgatopardo dijo...

Los hay que sacan petróleo literario.

marian dijo...

Más que juzgar, en este caso, sería prejuzgar ¿no?.
Creo, que no estoy segura, ya que ha nombrado a Unamuno (aunque algunos lo tengan atragantado) y a su "Sentimiento trágico de la vida" que es de allí esta frase:
"hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento" (o algo así)

Unknown dijo...

La intriga no se limita al simple hecho de juzgar, porque, en realidad no podemos hacer otra cosa, "el hombre solo es capaz de ver en los demás lo que el es, lo demás lo desconoce."
por eso el verdadero enemigo es el yo que se refleja en el espejo social.
y en realidad vencerse así mismo no es cosa fácil, llevo mas de 20 años intentándolo, el chiste es nunca abandonar la guerra interna






Sirgatopardo dijo...

Bienvenido al blog Luis, creo que tienes razón, el espejo social, cóncavo o convexo, según la clase social que te haya correspondido, es el que al final forma la imagen.