miércoles, 29 de mayo de 2013

LEYENDA NEGRA

LEYENDA NEGRA 

“Nada es piedad aquí, nada es dulzura.”
(WILLIAM OSPINA)

Hijo díscolo de las tierras inhóspitas del norte, áspero como las montañas hirsutas del Cantábrico, levantisco como los guerreros que las poblaban antaño, hostil como una galerna o un lobo rabioso azuzado por el fuego, estaba destinado a la aventura y a arriesgar su existencia allí donde hubiere peligro, en la selva dantesca del mundo, en la jungla abigarrada del universo, en los bosques que nunca han sido hollados, en el vértigo de los desventíos que se asoman a los valles estrangulados por el cíngulo de la niebla. No conocía el miedo y desconocía la cobardía. Estaba preparado para descender al infierno y sobrevivir en los riesgos extremos. Sin escrúpulos, sin remordimientos, sin ningún sentimiento de culpa, capaz de violentar las voluntades ajenas, violó a una doncella y logró fugarse de la cárcel y de una muerte segura para llegar a Sevilla y enrolarse en la tripulación de uno de los numerosos barcos que iban al Nuevo Mundo, dejando atrás un pasado poco edificante. Domador de potros, mercenario del mejor postor, espiritu montaraz y pendenciero, cuando se enteró de que Pedro de Ursúa, sin querer saber nada de su vida anterior, buscaba tripulantes para viajar en busca de El Dorado, no dudó en apuntarse, no sin antes perseguir obstinadamente y matar al juez Esquivel, que lo había humillado mandándolo azotar por inflingir las leyes de Indias sobre el racismo. Era rencoroso y vengativo en grado extremo. Y receloso. Por eso se llevó -conditio sine qua non- con él a su hija Elvira, para tenerla cerca e impedir posibles abusos a sus espaldas. Por lo demás, no hubo día en que no intrigase, conspirando contra el poder establecido y traicionando a quien hiciese falta con tal de conseguir lo que secretamente pretendía (volver al Perú para establecer alli un imperio satánico controlado por él, el príncipe de la libertad), sin importarle las daños físicos o morales que pudiese causar. Mataba con la espada, destruía con la palabra, luchaba por la vida con la muerte. No respetaba ninguna ética ni tenía un sentido estético del mundo, y cuando sus argucias no eran suficientes para salir victorioso no dudaba en usar con el máximo rigor la fuerza bruta. Era bestial, cruel, perverso, sanguinario, y no conocía la compasión ni era temeroso de Dios o de la justicia. Pequeño, malencarado, renqueante, de ojos vivarachos e inquisitoriales, con voz cavernosa, gruñón y enrabietado contra el mundo, respiraba maldad y se arrastraba por el cosmos como un reptil ponzoñoso y repulsivo cuya alma de desalmado ignoraba la piedad. Sus intrigas palaciegas durante el viaje, ruines y llenas de infamias, sirvieron para predisponer a la soldadesca contra Ursúa, que había traicionado su ideal y el de sus seguidores por una mujer -Inés de Atienza- que lo tenía hechizado, paralizado para cualquier acción que no fuera la del amor en su más cruda carnalidad, y finalmente acabar con él, con él y con todo aquel que osase interponerse en su tortuoso camino. Dudoso como amigo era el peor enemigo que uno podía echarse a la cara. Él mismo se erigió a sí mismo en la suprema autoridad, una autoridad que ejercía de manera inmisericorde, anticipando de algún modo a los dictadores y a los déspotas que, mirándose en su espejo, han venido después a sembrar este desgraciado planeta de cadáveres con una frecuencia y una impunidad que causan asombro, cuando no escalofríos o náusea metafísica. Una simple habladuría, un chismorreo a destiempo, un cuchicheo o una mirada turbia bastaba para perturbarlo, para despertar su ira y acabar asesinado. Una sospecha injustificada te hacía digno de una sentencia de muerte sumarísima. Él era el tribunal y el verdugo. Mataba por hablar y mataba por guardar silencio y porque sí, sin más razón que la que se ajustaba a su delirio, a sus delirios de persecución y de grandeza. Era un energúmeno, un monstruo inclasificable, un tótem, un tabú. Los marañones lo odiaban y lo temían a la vez, y su presencia infundía menos pánico que su irrupción inesperada tras una ausencia calculada. Había en él algo de espectral, algo de diabólico, y él lo sabía. Su alma antropófaga no se saciaba nunca. Solo tuvo una debilidad: perdonar por dos veces a un escribano desertor del que, al parecer, se había prendado su hija. Alucinado, demente y lúcido a la vez, desesperadamente lúcido, poseído por los demonios de la ambición y de la desmesura, obnubilado por la cólera, sabiendo que no se podía fiar ni de sí mismo, descendió vertiginosamente por el Amazonas hasta la isla Margarita dejando tras él una larga estela de sangre y de crímenes abominables, cuya enumeración llenaría páginas y páginas del libro del terror. Aún así, tuvo tiempo y valor para escribir a Felipe II, enfrentándose a él, desafiándolo con la altanería de un hijodalgo, una carta de la que solo transcribiremos un fragmento para mostrar brevemente la índole de sus argumentos y entrever la ferocidad de su discurso:
“Por cierto lo tengo que van pocos reyes al infierno, porque sois pocos; que si muchos fuésedes, ninguno podría ir al cielo, porque creo allá seríades peores que Lucifer...”
No faltan en ella acusaciones graves contra los frailes y autoridades eclesiásticas que aprovecharon la Conquista como coartada para enriquecerse y para hacer de la lujuria su actividad favorita, y contra los expedicionarios que presumían sin motivo de ser fieles a la corona y la traicionaban en cuanto tenían ocasión. Traidor traicionado, fue abatido por las tropas reales, no sin antes matar a su propia hija sin que le temblase la mano para que no fuera ultrajada en su honor y pedir con insolencia un juicio justo que él no había concedido a sus enemigos. Tras los arcabuzazos de rigor, le cortaron la cabeza y las manos y fue descuartizado y expuesto durante días en lugar público para que pudieran verlo los ojos avisados y sirviera de escarmiento a los que tuviesen la tentación de imitarlo en su rebeldía. Las moscas y los perros no dudaron en participar del botín y del epílogo de la barbarie. El monarca prohibió que en adelante se pronunciase su nombre y todos los de su estirpe recibieron la maldición real y fueron privados durante generaciones de todo derecho o privilegio o cargo oficial en la metrópoli o fuera de ella. Pero nadie pudo evitar que, tras su trágica muerte, naciera el mito y, con el mito, la aureola de aquel hombre conocido como el Loco, el Tirano, el Traidor o el Peregrino, que ha dado más a la leyenda que a la historia, aunque sea una leyenda negra que perdurará hasta el fin de los tiempos, como sucederá inevitablemente con su nombre fascinante y ultrajado por el paso de los siglos y por la veleidosa memoria, que tergiversa más que clarifica, un nombre que nos inquieta, que nos saca de la modorra individual y colectiva de la hora presente y, a la vez. nos llena de asombro y de infinita perplejidad y de secreta admiracion en un país que fue el suyo y es el nuestro y en el que nadie mueve un dedo para rebelarse contra nada y contra nadie, un nombre, en fin, que ya habréis adivinado o estaréis a punto de adivinar y que se escribe aquí sin más dilación: Aguirre, Lope de Aguirre.

Antonio Casares (Santander, 28 de mayo 2013)

10 comentarios:

Antonio Casares dijo...

Este Casares esta algo (bastante) colgao... Saludos a toda la peña.

Sirgatopardo dijo...

Para qué nos vamos a engañar..............bastante.

Juan Nadie dijo...

Pero bendito cuelgue.

De todas formas, vamos a decir algo, por decir que no digan...

La famosa "leyenda negra" española partió básicamente de la envidia y el reconcome de los demás países europeos, a partir del siglo XVI, cuando los españoles éramos galácticos (léase Imperio). La pena es que nos lo creímos todo, como quijotes que somos, y a partir de ahí, la mundial.
Desde entonces quienes más hemos hecho por desprestigiar la imagen de España somos los propios españoles. Este país no tiene remedio!

Saludos, Antonio.

Sirgatopardo dijo...

Por cierto, gran película de Werner Herzog y gran interpretación de Klaus Kinski en su papel de "Aguirre o la cólera de Dios"

marian dijo...

Lo he leído por encima, que por hoy la vista ya no me responde, pero lo leeré, por supuesto.

marian dijo...

Es cierto, Antonio Casares está bastante colgado: no tiene una cuenta en blogger.

marian dijo...

Un saludo, Antonio.

marian dijo...

Bueno, no creo que nadie mueva un dedo para rebelarse contra nada y contra nadie, ahí no estoy muy de acuerdo.

marian dijo...

La insurrecciones se pueden hacer de diferentes formas.

finchu dijo...

Desde la primera linea ya estaba rememorando la peli.
Que facilidad tiene este hombre para escribir.
Enhorabuena Antonio.